La ciudad y los perros retrata el paso a la adultez de un grupo de muchachos que estudian en el Colegio Militar Leoncio Prado, un internado donde la disciplina militar convive con la violencia, el abuso de poder y una especie de ley paralela creada por los propios alumnos. La novela sigue especialmente a tres cadetes: El Jaguar, El Poeta y El Esclavo, cuyas vidas se entrelazan dentro de un ambiente que parece diseñado para borrarles la ternura y enseñarles a sobrevivir a golpes.
El Jaguar, líder del grupo clandestino llamado “El Círculo”, es un muchacho endurecido demasiado pronto. Bajo su coraza agresiva se esconde un miedo profundo a ser vulnerable, a que el mundo —y sus propios compañeros— descubran que también siente, que también sufre. Su violencia es su forma torpe de pedir respeto y de defenderse de un entorno que nunca lo protegió.
El Esclavo, en cambio, es quizá el corazón más noble y frágil de la historia. Lucha por conservar un resto de humanidad en un lugar que lo humilla constantemente. Es ese tipo de persona que intenta seguir las reglas porque cree que las reglas deberían servir para proteger a la gente, no para aplastarla. Pero en el Leoncio Prado, la bondad se convierte en un blanco fácil.
El Poeta funciona como un puente entre esos dos mundos: sueña con escribir, con escapar de la brutalidad del colegio, con entenderse a sí mismo a través de las palabras. Observa, sufre, duda. Representa el deseo de encontrar sentido en medio del caos.
La historia se desencadena cuando un robo de exámenes —organizado por el Círculo— es descubierto, y las autoridades castigan al grupo sin distinción. La presión aumenta y termina por desencadenar una tragedia: la muerte del Esclavo, un hecho que no solo expone la crueldad del colegio sino también la fragilidad de la verdad en un sistema donde todos temen hablar.
El Poeta, impulsado por su conciencia, intenta romper el silencio y denunciar lo sucedido. Sin embargo, la institución —obsesionada con mantener su prestigio— prefiere ocultar la realidad antes que asumir su responsabilidad. La verdad, en ese mundo, tiene un precio: aislamiento, desprecio y la posibilidad de perderlo todo.
La novela profundiza en cómo un entorno rígido, autoritario y deshumanizante puede deformar a los jóvenes, moldeando sus identidades a través del miedo. Pero también muestra que, incluso en esos lugares oscuros, sobrevivir no significa solo endurecerse; a veces significa atreverte a sentir, a cuestionar, a romper el pacto de silencio, aunque duela.
Al final, La ciudad y los perros es una historia sobre la pérdida de la inocencia, sobre los costos emocionales de crecer en un ambiente violento, y sobre el valor —doloroso y solitario— de decir la verdad en un mundo que prefiere las mentiras cómodas.